Después del primer encuentro, Luisa se convirtió en una asidua de nuestra casa y la amistad se estrechó. Tanto es así que incluso si algún día no había nadie en casa me obligaban a ir a casa de Luisa. Aunque desde aquel encuentro especial no había vuelto a suceder nada entre nosotros cada vez que la tenía cerca, tanto físicamente como en mi imaginación, mi polla explotaba de tanta excitación. Una tarde, como en ocasiones anteriores tuve que ir a su casa. Luisa me recibió con una bata azul, de tela fina porque era verano. Me invitó a pasar a la habitación de su hijo, que ya no vivía en casa. Cuando pasé saludé a su marido que estaba en el salón viendo la tele. Me senté y me dispuse a hacer los problemas de cálculo que tenía pendientes aunque con la dificultad de poder concentrarme teniendo a una mujer tan jamona como ella tan cerca de mí. La tarde transcurría llena de aburrimiento hasta que Luisa apareció por la puerta y me dijo que si la podía ayudar un momento en la cocina. Le dije que sí. Acabé el problema con el que estaba y me dirigí a la cocina. Cual sería mi sorpresa al ver a Luisa encima de la mesa, ahora sin bata, con solo una camiseta de tirantes que únicamente cubría sus enormes tetas, ella sentada sobre la mesa, con las piernas abiertas mostrando su coño frondoso, peludo ,pero que no impedía que apareciera sus labios menores, bien rosados y rugosos. Si ya estaba excitado aquella imagen me volvió loco. Luisa me miró con cara de guarra, con cara de mamona, de folladora incansable. Cuando ya me iba a abalanzar sobre ella, me percaté de que el marido estaba en casa y que si me dejaba llevar por mi excitación me cortaría las pelotas. Aquel pensamiento pareció que se escribiera en mi frente porque Luisa me hizo un gesto de invitación. En ese momento todo me daba igual, así que me acerqué a su coño y empecé a lamerlo, estaba jugoso, lo lamia de abajo arriba, introducía la lengua para saborear aun más aquel sabor fuerte. A la vez separaba con delicadeza sus labios con mis manos. Luisa se retorcía mientras gemía muy sutilmente. Cuando noté que aumentaba su excitación me concentré en su clítoris, lo rodee con mis labios y empecé a succionarlo mientras mi dedo medio se introducía en las profundidades de su coño. Luisa seguía gimiendo mientras mi boca se llenaba de la mezcla de mi saliva y de sus flujos. Mi otra mano agarraba sus tetas por encima de la camiseta, se metía en su boca, se desesperaba por alcanzar cada poro de la piel que cubría sus muslos. En una de sus violentos movimientos que anunciaban que estaba llegando al orgasmo, Luisa me retiró la cabeza de su coño y entonces pude ver en el fondo del pasillo la figura inerte de su marido viendo como le estaba comiendo el coño de sus esposa. Luisa también lo vio y le dio igual, me desabotonó el pantalón, de un golpe me saco la polla y allí mismo y con los ojos del marido en nosotros se la clavé hasta el fondo. Suavemente por la cantidad de flujo que manaba de aquel maravilloso coño. Entraba y salía. Mis manos sacaron las tetas de Luisa de la camiseta para que mis ojos apreciaran aquella maravilla de la naturaleza, dos pezones oscuros, con unas aureolas de considerables proporciones pero acordes con unas tetas que superaban mis deseos. Era maravilloso chuparlas, acariciarlas, morderlas mientras una y otra vez mi polla entraba y salía de su coño. Era una guarra y me gustaba. Mi polla estaba blanca del flujo que le salía fruto de tanta excitación. La deseaba tanto que entonces me di cuenta de lo mucho que me podía atraer una mujer como ella, madura y jamona. Entonces no pude más y me corrí en su interior, era un placer notar su calor en mi polla, el notar la mezcla de su flujo y mi semen empapando mi polla. Luisa se bajó de la mesa mientras caía a lo largo de sus piernas todo el semen que había dejado en ella y que ahora manchaba el suelo. Ella seguía con las tetas fuera y el chocho delante de mí. Era una situación que seguía manteniendo todo el morbo del principio.
De repente Luisa gritó “¡Limpia todo esto ¡ “, y su marido obedeció.