Sergio avanzaba sobre mis piernas, manoseándolas, abriéndomelas y dejándolas a la vista. El decía que yo estaba riquísima, que mi marido siempre había sido un precornudo, al no darme la lata que me correspondía y merecía.
Amadeo, fue puntualmente hábil al pegar golpecitos con sus dedos sobre mis pezones aun hinchados por mi propia preparación. El insistía en que yo quería, que yo tenía ganas de dejarlos hacer, que era una perrita caliente esperando sus huesitos ricos.
Amadeo, olía mi Dildo, pasando la lengua…. –hummm..., que rica esta la cremita de la cuevita de oro…… ves Sergio, esto debes llevarle de regalo a tu señora, y traerme los juguitos a probar…
Sergio tomo el aparatito y se lo metió en la boca, mirándome y pidiéndome más juguitos.
Yo fui aflojando en ideas, y rechazos, hasta el punto de que abierta de piernas dejaba que Sergio lamiera mi conchita abierta, mientras que Amadeo, rechupaba mis tetas sin parar.
Verdad que queres Yamilita… verdad que queres?
Pase de aquellos cada vez mas apagados no, a una categórica suplica…. Por favor muchachos, quiero que me cojan toda, toda, toda.
Pronto aquellos slips estampados con figuritas del pato Donald, se acercaron a mi cara, para escabullirse dejándome ver un increíble pedazo, soberbio, duro, eréctil, masculino, al que muy prontamente tuve en mi boca el garrote de Amadeo. Gire para comérmelo mejor, poniéndome en cuatro otra vez, lo que permitió a Sergio, volver a ponerme el Dildo, cosa que me hizo suspirar ya completamente entregada., a tal punto que otra vez pedí ser cojida.
No hubo que hacer otros reclamos, senti al bueno de Sergio, ensartarme desde atrás con un fierro tan caliente y largooooo que me hizo explotar en aquella primera entrada en un orgasmo súper eficiente.
Sin parar de gemir, pedí a Amadeo, - Dámela vos ahora papito-
Así mientras la colosal verga de Amadeo me entraba en mi ya espumosa concha, acabando a mares, pude relamer la mojada pija de Sergio, que aun no había tenido su primera bajada.
No paraban de hablar, dicendome lo puta que era. De que desde el primer día que me vieron querían voltearme, de que ya habían visto mi figura en fotos “atrevidas” que me había auto sacado en la Web. Sabían mucho de mí, evidentemente.
Me tendieron en la cama, mis piernas apuntaron el techo, haciéndome sentir por turno unas fenomenales cojidas, a las que conteste acabándome sin pausa mientras que ellos me regalaron cada uno a su turno su primer polvo a la mujer de su mejor amigo.
Mi cama matrimonial era un verdadero desastre….. Pero no sentía yo mayores culpas. Y mientras saboreaba el licor que ellos me trajeron, les conté abiertamente, que en realidad yo lo había deseado, pero que nunca hubiera hecho nada para lograrlo. Y que hecho el hecho quería seguirlo disfrutando.
Me puse en pose para intentar levantar la larga verga de Amadeo, que pronto fue tensándose y poniéndose muy rica. Cuando lo tuve, a punto, le pedí montarla, y bajo la atenta mirada de ambos, me fui sentando, metiéndomela de a poquito, gozándola y balbuceando que me gustaba, me gustaba, si que me gustaba.
Ya cabalgando, tuve la otra viril cosa en mi boca, la que deje tan dura, como la primera vez. A esa también monte un largo rato.
Sentía que la conchita me ardía, a tiempo que me iba quedando sin jugos en mis repetidos orgasmos.
Cuando me pidieron la cola, estaba tan ciega, entregada, sumisa, viviendo en el limbo, que solo atine a decir…..- con cremita eh-
Hacia años que no tenia una verga en mi retaguardia, desde que era soltera con un ex novio, pero de esos placeres una nunca se olvida, así, que acompañando a la labor de los muchachos, los lleve a que se acabaran en lo profundo de mi colita.
Los epítetos que me lanzaban eran soeces, irrepetibles, pero de conchudita, puta, perra, degenerada, reina de pijas, potra….. era lo menos que me decían.
Ellos no se habían ido a la mañana porque no había vuelos…. Pero esa tarde, debían partir.
Reacomode la alcoba, y los recibí después de que ellos se dieran una ducha.
Yo quería algo, pero no me animaba a pedirles.
Los acosté, chapándoles las vergas, que eran tan querendonas que otra vez se pararon.
Ellos me regalaban caricias, besos, que también me ponían querendona.
Pensé en pedirles, abiertamente que quería algo, pero ellos decidieron, cogerme semi parada, con una pierna sobre la cama y la otra en el piso.